5:55 a.m. Suena el despertador. ¡Maldición! Afuera aún es de noche, la ciudad duerme y a mi me toca levantarme para repatir pan en
DOMINGO. ¡Ah...qué cruel es la vida a veces! En fin, haciendo de tripas corazón y con el desayuno atascado en el gaznate por las prisas, llego al trabajo,
dulce trabajo.
Lo único bueno de conducir a esas intempestivas horas es que no hay tráfico y el tiempo de espera en los semaforos rojos, es infinitamente menor. Y lo más sorprendente, es observar los restos de fauna nocturna que aún deambulan por la ciudad.
En mi primera parada me encontré con dos simpáticos chicos. Venían de comerse las uvas (en forma líquida por supuesto) para despedir el 2006 a lo grande, según me contaron. Habían aterrizado en el bar, en parte porque no querían irse a dormir y en parte, porque aún tenían ganas de juerga.
Lo siguiente que llamó mi atención fue en la zona de putas. Me sorprendió ver la cantidad de chicas jóvenes que hacían la calle. A esas horas lucían cansadas. Las que habían tenido una mala noche se posicionaban raudas y veloces en el borde de la acera en busca de algún cliente que les apañase la noche, mientras las otras, las afortunadas, paseaban con desgana.Y es que ser puta, además de estar mal considerado socialmente, tiene que ser un asco. Los gobiernos deberían de tratarlas con más respeto y la sociedad debería ser un menos hipócrita.
Pero ni siquiera las putas atrajeron tanto mi atención como la chica y el chico que discutían en mitad de la plaza del Rey. Estaba esperando a que llegasen las camareras a abrir el bar. Era mi últimas entrega de ese viaje y para ahuyentar al sueño, me dediqué a pasear por la acera. A escasos metros míos discutía los enamorados de 19 o 20 años. Así que como no tenía nada mejor que hacer y ese tipo de sucesos son parte de lo que considero documentación para el escritor, me dediqué a observarles descaradamente. Me convertí sin ningún tipo de complejo en una fisgona. Así descubrí que no se trataba de unos novios. Eran simplemente conocidos y según gritaba el imbécil del chico, llevaban un año de tonteos que a él ya le habían cansado. La chica le decía que no quería saber nada de él. Simplemente no era su tipo. Confieso que en los primeros momentos me preocupó la idea de que la soltase un guantazo, pero pasado un rato, me dí cuenta que sólo era un pobre idiota sin habilidades para camelarse a una mujer. Y entonces me recorrió un escalofrío y tuve la certeza de que hay algo que se ha perdido. Los santanderinos, en su inmensa mayoría, no saben cómo conquistar a una mujer. Se ha perdido la galantería, el romance y la mágia que se exhibe durante el cortejo. Con razón se dan talleres para aprender a ligar. De las técnicas que usan para conquistar a una chica, hablaré en alguno de mis próximos post.